La imagen que puedes ver arriba es el Carnaval del arlequín realizada por Joan Miró en 1924 perteneciente a la corriente del Surrealismo. Nos centramos en primer lugar en el contexto, nos encontramos en la década de los veinte una vez terminada la Primera Guerra Mundial. Desde el punto de vista político y económico es una época de aparente prosperidad si bien Alemania no lo está pasando demasiado bien con una nuevo gobierno, la República de Weimar, débil, y una difícil situación económica debido a la superinflación provocada por las sanciones económicas impuestas por los países vencedores de la Gran Guerra.
En el caso de Italia y la Unión Soviética asistimos al ascenso al poder de Mussolini y Stalin respectivamente; mientras que en España se impone la Dictadura de Primo de Rivera como recurso con el que intentar solucionar los importantes problemas políticos y económicos por los que atraviesa el país. Todo ello sin olvidar que buena parte de la población mundial, aquellos que pueden, viven entregados al desenfreno que les permite los locos veinte. Un ritmo de vida que quedará truncado de manera brusca con la caída de la bolsa de Nueva York en 1929.
En este contexto enmarcamos la obra objeto de comentario. El carnaval del arlequín es la primera obra decididamente surrealista de Joan Miro que por ese año se encontraba afincado en París. La situación que estaba atravesando el pintor español no era nada buena pues no encontraba compradores para sus obras. De los delirios que el hambre le provoca y los recuerdos de sus propia infancia nace el cuadro que estamos contemplando. A nivel de tema lo que podemos observar es un interior donde aparecen una gran cantidad de personajes llenando todo el espacio. Pese a que se transmite cierta sensación de bullicio y horror al vacío, sin embargo, es posible encontrarnos sensación de profundidad. La clave para conseguirlo viene dado de la combinación de color que encontramos en el suelo y la pared de la habitación, mas oscuro en el primero, más claro en el segundo y que junto a la colocación de los personajes permite al autor crear cierta sensación de espacio.
Por otra parte, la sensación espacial la encontramos también en dos elementos que aparecen representados a nuestra derecha. En primer lugar la estructura rectangular de fondo azul sobre la que aparece un pez amarillo, improvisado acuario tal vez, estructura que se proyecta al espectador. El segundo aspecto lo observamos en la forma rectangular que aparece al fondo a la derecha en el que podemos ver un paisaje. Una estructura que juega con la percepción del espectador acerca de si lo que está viendo es una ventana con una interpretación que el autor hace de la ciudad de París o un cuadro de la misma.
Con respecto a la gama cromática observamos el empleo del amarillo, rojo y azul que se van a convertir en característicos del autor, junto con el negro y el blanco. Es una gama equilibrada que invita al espectador a deleitarse en la observación del nutrido grupo de personajes que pueblan el espacio. Unos personajes que recuerdan a juguetes infantiles y también a seres metamórficos que podemos encontrarnos en los sueños y que aparecen dispersos sin ningún tipo de lógica. Añadir también el dinamismos y ritmo compositivo por la presencia de curvas, la combinación de colores y la presencia de elementos musicales que subrayan el carácter festivo de la composición.
Terminamos nuestro análisis haciendo una referencia a la corriente artística a la que pertenece la obra analizada. Hemos indicado que se trata de una obra surrealista corriente que aparece en los años veinte en París. El Surrealismo se basa en las teorías del psicoanálisis de Freud, el universo onírico, la imaginación y la importancia otorgada al subconsciente. Todo ello para crear universos donde la lógica y la razón no tienen ninguna relevancia, destacando la importancia de las imágenes simbólicas y jugar con la percepción del espectador.
Dentro del Surrealismo podemos destacar dos vertientes, la figurativa representada por autores como Magritte o Salvador Dalí; y la abstracta donde destaca el autor cuya obra hemos analizado Joan Miró quien a partir de El carnaval del arlequín cada vez se irá distanciando más de la realidad que le rodea proponiendo al espectador su particular y personal universo.
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