En la presente entrada vamos a analizar la obra "La masía" que Joan Miró pinta en 1922.
Ofrecemos un par de pinceladas del contexto, Joan Miró es un pintor español vinculado al movimiento Surrealista, vanguardia artística que comienza su andadura en París en los primeros años de la década de los 20 del siglo XX.
Esta corriente que deriva del Dadaismo surgido en Zurich en pleno desarrollo de la Gran Guerra, tiene entre sus fundadores a nombres tan relevantes como André Bretón o Max Ernst entre otros.
El Surrealismo establece la importancia del subconsciente por encima de la razón y se basa en la utilización de diferentes recursos como el automatismo psíquico, el cadáver exquisito y técnicas como el grattage y el frottage.
Dentro del Surrealismo encontramos dos vertientes: la figurativa con autores como René Magritte o el español Salvador Dalí; y la abstracta donde, entre otros, encontramos a Joan Miró. La obra que puedes ver pertenece a uno de sus primeros cuadros importantes, donde pese a que todavía es visible la conexión con la figuración, podemos establecer algunas de las constantes en la obra de este autor.
Centrándonos en el análisis lo primero que podemos destacar es el tema. Representa un paisaje rural, que además conecta con la infancia del propio pintor. Miró no refleja otra cosa que la Masia que su familia tenía en tierras catalanas y donde pasó gran parte de su infancia. En palabras del propio autor el cuadro puede considerarse un resumen de su vida en el campo y el deseo de no desvincularse de sus raíces. Cuando Miró pinta la Masía ya está establecido en París si bien sigue viniendo a España para pasar los veranos.
En cuanto a los aspectos formales, como puedes observar en la imagen de la derecha, debemos reseñar el interés por el dibujo, herramienta que se pone al servicio del pintor para destacar cada uno de los detalles que integran el cuadro. En este sentido, Miró conecta con la tradición de los miniaturistas medievales con los que comparte el interés por el detalle. Esta idea puedes observarla en la casa colocada a la derecha de la composición, la cual aparece representada literalmente abierta para poder ver con todo lujo de detalles su interior.
Con respecto a la sensación de espacio, destaca la gran sensación de profundidad marcada por líneas horizontales observadas en el campo que aparece a la izquierda, mientras que el árbol que aparece en el centro, entre las dos casas, se encarga de articular el espacio al tiempo que conduce nuestra mirada al fondo de la composición donde podemos apreciar una figura humana en escorzo. La referencia espacial se consigue también con el sinuoso sendero que aparece en el centro de la composición que nos conduce a la línea del horizonte que aparece al fondo.
En cuanto al tratamiento de la luz, fíjate que es luminosa y clara, el autor ha intentado en todo momento capturar la luz del Mediterráneo luminosa e intensa. Junto a la luz es importante hablar de la presencia de tonos cálidos en la paleta con los que Miró evoca también sus recuerdos de infancia. Otra cosa a tener en cuenta es cierta sensación de irrealidad que parece apreciarse subrayado por el uso de la luz y el color y porque lo que está pintando su autor en realidad es un recuerdo que permanece en la memoria.
Por último podemos indicar la sensación de horror vacui que se observa en todo el cuadro, no se deja un espacio libre, unido el empleo de la geometría en algunas zonas de la composición que junto, al estudio del espacio, la luz y el color conectan con la intención de transmitir al espectador un universo mágico no real.
Cerramos el análisis realizando algún apunte más al contexto, Joan Miró pinta esta obra en plenos felices veinte que se caracterizan por una aparente prosperidad en el plano económico, social y político devenido tras el fin de la Primera Guerra Mundial.
En el plano artístico, Miró comienza su descubrimiento del Surrealismo que coincide con los primeros pasos en lo artístico. Esta obra marca el comienzo para el desarrollo de su propio estilo con el que dará un paso importante hacia 1924 fecha en la que pinta el Carnaval del arlequín obra que marcará el camino a seguir en su obra poblado por el empleo de colores primarios y seres que presentan reminiscencias a los organismos unicelulares. Convirtiendo las obras de este autor en una de las más personales de la corriente surrealista.
Para saber más:
KLINGSÖHR-LEROY,
C. (2008) Surrealismo. Taschen
edición Diario el País, Madrid.
MINK, J. Miró. Taschen.
Relación de los enlaces de las imágenes utilizadas en la presente entrada:
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